sábado, 8 de enero de 2011

Semmelweis-Louis Ferdinand Céline


Semmelweis-Louis Ferdinand Céline
Marbot ediciones
ISBN 978-84-936411-7-7

Louis Ferdinand Céline es conocido por su novela Viaje al fin de la noche publicada en 1931; poco antes se había graduado en Medicina, su condición de médico es también muy conocida, así como sus simpatías alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, de hecho es condenado por su colaboracionismo. En 1951 volverá a Francia para pasar los últimos diez años de su vida.
El libro que traigo hoy para comentaros es la tesis doctoral de Céline aparecida en 1924 y reeditada comercialmente en 1936. Se trata de un breve ensayo novelado de la vida de Philippe Ignace Semmelweis (1818-1865) padre de la antisepsia moderna.
El libro me ha reconciliado con Céline, no sé si con el Céline hombre (un poco creo que sí), o con el escritor, al que he de confesar abandoné en varias ocasiones en ese Viaje al fin de la noche que tanto desasosiego me causaba....quizá ese efecto secundario que produce su lectura era el que esperaba provocar, pues he de decir que Céline "dentro de los zapatos" de Semmelweis es igualmente como un puñetazo en medio del rostro del hombre....y si esta vez no lo he abandonado, es porque el biografiado es tan grande en sus virtudes como en sus defectos y no pude soltarlo hasta terminar.
Céline ya nos previene en el prefacio: "No hay nada gratuito en este bajo mundo. Todo se expía, tanto el bien como el mal, todo se paga tarde o temprano. El bien, por fuerza, resulta más caro"


Philippe Ignace Semmelweis nace en Budapest, su infancia y primera juventud no hacen presagiar su futuro. Abandonará su ciudad natal para estudiar Derecho en Viena, sin embargo quiso el destino que asistiera a una autopsia realizada por el gran Skoda, este momento cambió para siempre su destino, pues registró su baja en Derecho al poco tiempo de empezar, pasando sus estudios a Medicina.
Skoda y Rokitansky (que ocupaba la cátedra de anatomía patológica) fueron sus dos grandes maestros y supieron ver en él sus grandes potencialidades, y como no, sus grandes defectos, pues Semmelweis era brutal con todo e incluso consigo mismo, susceptible a las bromas, obsesionado, sin miramiento a las formas....humanamente torpe.
El 26 de noviembre de 1846 es nombrado maestro de cirugía. Lejos de establecerse con clientela propia, acepta la plaza como asistente de Klin, el cual dirigía uno de los pabellones de maternidad del hospital vienes. Klin, hombre mediocre intelectual y humanamente, lleno de engreimiento y suficiencia fue el escollo en el que Semmelweis se estrelló. Por otra parte la altura dramática a la que se vería enfrentado dejaron una honda huella en su espíritu.

"la sala de admisiones se convierte en una hoguera de ardiente desolación, en la que veinte familias lloran, suplican....y a menudo se llevan por la fuerza a la mujer o a la madre que habían traído. Casi siempre prefieren que dé a luz en la calle, donde los peligros son realmente mucho menores. Al pabellón Klin, en definitiva, solo van aquellas mujeres que llegan a estos últimos instantes sin dinero, sin apoyos, siquiera el de un brazo para sacarlas de aquel lugar maldito. En general son los seres más oprimidos, los más reprobados por las intransigentes costumbres de la época: son casi todas madres solteras"

Efectivamente según las estadísticas de la Comisión Imperial nombrada en 1846 el 96% de las mujeres que ingresaban en el pabellón Klin, morían al dar a luz por fiebre puerperal. Semmelweis se desespera, investiga, observa, busca, compara con otros pabellones con mejores resultados...¿por qué?. Su actividad no conoce límites, sus formas tampoco, algunos lo encuentran insoportable, "la causa que busco está en nuestra clínica y en ninguna otra parte".

Klin no le habla, la clase médica no oculta el odio que suscita. Las explicaciones que se dan para eludir un estudio a fondo de los hechos son de lo más diversas, llegando incluso al absurdo: las madres solteras están más deprimidas, el frio, la dieta, incluso la campanilla del sacerdote se suprime alegando que predispone a las parturientas a la muerte. Pero la verdad es tozuda, inclusive el parto en la calle ofrece más garantía que el hospital.
Tras una observación exhaustiva de todo y todos, Semmelweis propone el lavado previo de las manos por parte del personal antes de atender un parto pues había observado que los estudiantes provenían de la clase de autopsia.
En una carta Semmelweis escribirá: "Mi querido Markusovsky, mi buen amigo, mi dulce sostén, debo confesarle que mi vida ha sido infernal, que la idea de la muerte de mis pacientes me ha resultado siempre insoportable, sobre todo cuando se cuela entre las dos grandes alegrías de la existencia, la de ser joven y la de dar la vida."



Pero Klin y otros profesionales vieron en ello una vejación, un capricho ridículo, Semmelwis pierde los estribos y el 20 de octubre de 1846 es destituido.
Aunque daría a conocer sus teorías en un documentado libro titulado La etiología de la fiebre puerperal,al que dedicó varios años de su vida, sólo le llegó el silencio. Las grandes autoridades fueron ciegas, la inercia triunfa en todos los países, se le considera un extravagante.

La historia no acaba con este incidente, sólo he reseñado una parte de este pequeño pero poderoso libro, la glosa que hace Céline, de este genio fuera de su tiempo, acaba con su muerte. Por las circunstancias en las que ocurrió, su constante batalla frente al inmovilismo y las conclusiones que del final de su vida podemos extraer, os invito a su lectura.
Durante mucho tiempo el tema del parto ha sido para la mujer motivo de preocupación, creo que en la memoria colectiva subyacía el temor, como se puede ver muy fundado, de la posibilidad del fatal desenlace. Todos aquellos que hicieron posible su superación merecen nuestra gratitud; de entre ellos Semmelweis ocupa, por su lucidez y sufrimiento, un lugar de honor.

"Me encantaría que mi descubrimiento perteneciera al orden físico, pues no importa cómo explique uno la luz, eso no le impide iluminar, la luz no depende para nada de los físicos. ¡Mi descubrimiento, por desgracia, depende enteramente de los obstetras! con eso está todo dicho.....
¡Asesinos! así es como llamo yo a todos los que se oponen a las reglas que he prescrito para evitar la fiebre puerperal. Frente a ellos me levanto como adversario resuelto, ¡cómo debe levantarse un hombre ante los cómplices de un crimen! para mí no hay otro modo de tratarles que como asesinos. ¡Y todos aquellos que tengan su corazón en el lugar debido pensarán como yo! no son las maternidades lo que hay que cerrar para que terminen los desastres que ocurren en ellas, son los obstetras los que deben salir de ellas, pues son ellos los que se comportan como auténticas epidemias."